ABC habla con los usuarios y con futuros compradores de estos habitáculos. Los que ya los han probado reconocen que no tienen precisamente un buen recuerdo de ellos. Quienes esperan a que se instalen en Madrid, pese a la falta de permisos municipales, lo ven como una opción casi a la desesperada a la escasez de vivienda pública y de precio asequible en la capital.
Mientras, el Ayuntamiento mantiene su veto a este tipo de «soluciones habitacionales», por dos motivos principales: porque son ilegales (la normativa municipal no los permite) y porque serían una opción indigna para las personas.
Un «caos» de colmena
Tras diez meses en los primeros «pisos colmena» de Haibu 4.0 que se levantaron, en Barcelona, Héctor (Barcelona, 37 años) no titubea: «No pienso volver». Estas minúsculas viviendas, con habitáculos de apenas un par de metros cuadrados, fueron clausuradas el año pasado por el Ayuntamiento de Ada Colau por no disponer de las licencias pertinentes. De hecho, la colmena del municipio de Hospitalet, en la que residió Héctor, «no estaba acabada, estaba mal hecha». La suciedad invadía las zonas comunes y no había calefacción, aire acondicionado ni wifi. Si bien la empresa prometía hacer una selección de sus inquilinos, el lugar «era un caos». «Cogían a cualquiera, había “sin papeles”, de todo; se producían robos y peleas», critica Héctor, que pagaba 150 euros al mes por su pequeño cubículo.
Un empleo a media jornada como mecánico de trenes y una manutención que pagar —por sus dos hijas— le forzaron a apostar por esta solución. «Me apunté porque se veía diferente; no era nada de lo que nos decían», explica. Además, la empresa aseguraba ofrecer ayuda a sus residentes para montar un negocio y buscar trabajo. Sin embargo, no fue así. «Prometen mucho y solo ahorras porque es más barato», zanja.
Después de que, en noviembre, el Consistorio barcelonés precintase los pisos colmena, la vida de Héctor ha vuelto a la «tranquilidad». Ahora paga 200 euros por una habitación en Tarrasa, a 24 kilómetros de la Ciudad Condal. «Mi experiencia ha sido mala», declara. Con todo, cree que el proyecto puede mejorar, ya que los «pisos colmena» en los que vivió, desde febrero, eran «ilegales» y «provisionales».
Lo más barato
A Santiago le afectó de lleno el accidentado paso de los «pisos colmena» por Barcelona. Residió tres meses en las instalaciones de Haibu 4.0 de la calle Constitución, 114 y después se trasladó a la calle Roselló, 25. Ambas colmenas están hoy selladas por el Ayuntamiento de Ada Colau.
Aunque este colombiano de 32 años, que aterrizó en la Ciudad Condal hace dos años, asegura que su experiencia en los habitáculos fue «buena», las colmenas nunca estuvieron finiquitadas y su montaje siempre quedó a medias. «Se notaba que la presión del Ayuntamiento no dejaba terminar el proyecto», explica Santiago. Una vez fueron desalojados de la primera ubicación, la empresa cedió a sus inquilinos lo que en realidad era un «local de exposición», en la calle Roselló, e insistiendo en que sería algo «pasajero». Santiago durmió allí durante siete meses, en los que llegó a compartir las zonas comunes con hasta 13 personas. Recuerda que la empresa le devolvió parte del dinero —pagaba 200 euros por su habitáculo—, pues «tuvieron problemas con okupas». De hecho, bajo una política «sin candados ni cámaras», como la define Santiago, «hubo robos desde el primer día».
Pese a ese mal trago, no desdeña volver a este tipo de viviendas. Ahora reside en una habitación, que puede pagar porque trabaja para su arrendadora, pero solo por un tiempo. «En este momento me serviría, más que me gustaría», afirma. «Es igual que un hostal, donde tienes una litera con cortinas, pero una colmena es mucho mejor», añade. Y, por supuesto, si «sacrificas cierta comodidad y privacidad» es por el precio. Antes de entrar en los «pisos colmena», Santiago «no encontraba nada más barato en el centro de Barcelona». Además, en el 70 por ciento de las habitaciones de alquiler solo aceptaban a mujeres; en el resto, pedían meses por adelantado. Según él, Haibu 4.0 no hace más que «aplicar diseño y arquitectura para solucionar problemas que se dan en las ciudades grandes».
Antes que la calle
Apenas unos meses antes de que expirara su pasaporte, Tony (41 años) escapó de Caracas, cruzó la frontera colombiana y cogió un vuelo desde Bogotá hasta Madrid. Desde que viniera con prisas a la capital, donde le esperaba su pareja, ha dormido en cuatro hostales diferentes. Y prefiere con creces vivir en los «pisos colmena». «Es una opción más económica y el espacio es prácticamente el mismo», explica.
Por su actual residencia, un albergue turístico, cercano a la Puerta del Sol, paga 11 euros por noche, que ascienden a más de 20 euros los fines de semana. Dado que, hasta agosto, no dispondrá de permiso de trabajo, la pareja de Tony corre con sus gastos. Y un habitáculo doble en una colmena de Haibu 4.0, por 315 euros al mes, es más asequible. «Entiendo que no es algo para un largo tiempo, pero lo prefiero a si me ponen en la calle o en un hostal de estos», asegura.
Antes de abonar la reserva, Tony y su pareja pensaron «los pros y los contras», ya que el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida ha reiterado en varias ocasiones que no autorizará este modelo de vivienda. «No va a llegar la Policía a botar, a maltratar a la gente, esto no es Venezuela», dice Tony. Además, confía en que es cuestión de tiempo que el Consistorio abra la mano con los «pisos colmena». «Tarde o temprano, cuando otro país copie la idea, modifique algunas cosas y lo vean factible, el Ayuntamiento va a dar la aprobación», afirma.
Billete a Madrid
Carlota se encuentra en Murcia desde mayo del año pasado. Mientras trabaja y reside, como interna, en el domicilio de una anciana francesa, está «deseando que abran los pisos colmena» para mudarse a Madrid. Ya ha pagado la señal de 315 euros, que corresponde a la primera mensualidad, para reservar su plaza en la colmena de Plaza Castilla; en principio, una de las primeras en estar operativas, junto a las de Vicálvaro y San Blas.
Ella encontró los habitáculos de Haibu 4.0 buceando por Facebook y se convenció. «Es una opción viable para ahorrar un poco y poderse levantar», dice, casi calcadas las palabras con las que la empresa promociona sus viviendas. «Las zonas comunes son amplias, está limpio y hacen una selección de personas para entrar», explica Carlota. Cree, además, que este modelo cumple con los «requisitos de habitabilidad». Eso sí, insiste en que es una «opción temporal, para seis meses o un año; más allá es una locura quedarse».
Respecto a la oposición del Ayuntamiento de Madrid, Carlota opina que «no han querido dar el permiso por obstinación». Y no está preocupada ante un inminente precinto: «Si lo cierran, no pueden sacar a toda la gente a la calle», confía.