Nogales, Méjico, y Nogales, Arizona, son la misma ciudad separada por una valla fronteriza. Las mismas condiciones naturales —mismos recursos, idénticas condiciones climáticas—, una cultura casi idéntica y, a grandes rasgos, la misma población. Sin embargo, las dos ciudades no pueden ser más diferentes: Nogales, Arizona, tienen una renta per cápita de 30.000 dólares. Nogales, Sonora, en Méjico, de 10.000. La tasa de escolarización, el número de universitarios, el índice de criminalidad y hasta la calidad del sistema eléctrico, son muy diferentes. Casi como el día y la noche. ¿Cuál es entonces la diferencia entre una y otra ciudad? Según la conocida tesis de Acemoglu y Robinson (‘Why nations fail’), las instituciones.

Demos ahora un salto en la geografía y también en el objeto de análisis. Una mujer española tiene de media 1.26 hijos. Una francesa 1.96 hijos. Una diferencia de casi el 60%. ¿Pueden explicarlo los factores económicos? ¿Acaso los demográficos, los culturales? Como es obvio, hay una combinación de todos ellos. La pirámide poblacional es distinta en España y Francia. Así que acerquemos el ‘zoom’ hasta la frontera. Ariège es un departamento del sudoeste francés, en la región de Occitania. Se encuentra al otro lado de la frontera de Huesca. Según los datos de Eurostat, las mujeres de Ariège tienen de media su primer hijo a los 29.9 años. Las de Huesca, apenas unos kilómetros hacia el sur, a los 32.2 años. Si nos desplazamos a lo largo de la frontera hacia el Mediterráneo la situación es la misma. Las mujeres de la región francesa de los Pirineos Orientales tienen su primer hijo, de media, a los 29.7 años. Las de Lleida a los 31.3. ¿Qué ocurre en esa frontera —que de hecho a día de hoy no existe— que lleva a las mujeres a retrasar en varios años la edad de su primer hijo?

La crisis económica de finales de la pasada década frenó en seco esta tendencia. Quizás lo más interesante ha venido después

El factor económico es sin duda importante a la hora de explicar la evolución de la natalidad. La media de hijos por mujer alcanzó su valor mínimo (1.13) en nuestro país en 1996, repuntando de manera sostenida a partir de entonces, hasta alcanzar en 2008 una media de 1.44. Fue una década de intenso crecimiento económico, y también de recepción de intensos flujos de inmigración. La crisis económica de finales de la pasada década frenó en seco esta tendencia. Quizás lo más interesante ha venido después.

Porque pese a la recuperación económica (el PIB ha registrado tasas de crecimiento positivas desde 2014), la natalidad no se ha recuperado. La edad a la que las mujeres tienen su primero hijo continúa retrasándose (de acuerdo con los últimos datos, en la actualidad es de 31.6 años). Los motivos económicos no aparecen entre los principales factores en las encuestas cuando se les pregunta a las madres por los motivos para retrasar la maternidad. Podría deberse, como apuntaba Ángeles Caballero en este medio hace unos días, a otro tipo de razones. La respuesta podría ser simplemente que las madres «no quieren». De hecho, «No quiero ser madre» es la principal respuesta (34%) según la encuesta de fecundidad que publicó el INE la pasada primavera.

Hay ocasiones en que los factores «culturales» en realidad disfrazan razones de tipo económico. «No quiero ser madre» puede significar muchas cosas

Los motivos culturales pueden ser un factor explicativo de peso en algunos contextos. En Irlanda, por ejemplo, la media de hijos por mujer pasó de 3.77 en 1968 a 1.77 en 2017, coincidiendo además con un periodo de fortísimo crecimiento económico. La transformación cultural de la sociedad irlandesa (hacia menos hijos) pesó mucho más que el dinamismo económico (a favor de tenerlos).

Sin embargo, hay ocasiones en que los factores «culturales» en realidad disfrazan razones de tipo económico. «No quiero ser madre» puede significar muchas cosas: no quiero serlo porque no me da la gana. Pero también, no quiero serlo porque pondría en riesgo mi carrera profesional. O no quiero serlo si voy a tener que llegar a casa a las nueve de la noche. Es difícil trazar una línea que separe de forma nítida los factores culturales de los económicos.

De hecho, los datos del INE nos dicen más cosas. Los problemas económicos y laborales sí aparecen como una de las principales respuestas de las mujeres que ya han tenido hijos, para explicar por qué no tienen más. Más de la mitad de las mujeres de entre 35 y 39 años, por ejemplo, dicen que han tenido menos hijos de los que les hubiera gustado debido a su situación económica o laboralcomo señalaba Javier G. Jorrin.

Otro dato interesante es que sí se ha incrementado con la recuperación económica el número de familias que deciden tener tres hijos o más. Como apuntaba Esteban Hernández, los datos de natalidad en realidad esconden una realidad mucho más profunda de la sociedad española: porque mientras la mayor parte de la población ha conquistado ya la libertad de no tener hijos (una libertad escurridiza durante mucho tiempo debido a factores culturales o religiosos), es sin embargo la libertad opuesta, la de sí tenerlos, la que está en cuestión para una parte de la población. Solo una minoría privilegiada se puede permitir tener el número de hijos que quiere. Para el resto, los hijos son un lujo inalcanzable.

Cuando la desigualdad se extiende en una sociedad, se acaba retroalimentando en cada peldaño

Son varios los vectores que están dualizando la sociedad española: el mercado laboral, con una minoría privilegiada con contratos sobreprotegidos a costa de una mayoría precaria que encadena contratos temporales; la concentración de la población en las ciudades, que actúan como una fuerza imantada, concentrando las oportunidades profesionales por efectos de red; los horarios profesionales, las guarderías, los colegios. Cuando la desigualdad se extiende en una sociedad, se acaba retroalimentando en cada peldaño.

Así que volvamos al principio: Nogales, Méjico, y Nogales, Arizona. O, si lo prefieren, Astun, Huesca, y Laruns, Francia. ¿Cuál es la diferencia? En mi opinión, las instituciones. O los incentivos, que son los que, al cristalizar con el tiempo, forman las instituciones. Francia gasta alrededor del 4% del PIB (según datos de la OCDE) en políticas de ayuda directa a la familia, frente a una media del 2.5% en la OCDE y de poco más del 1.5% en España. No se trata solo de una cuestión de cantidad. Curiosamente, los países europeos con las tasas de natalidad más altas (Francia y los países nórdicos) son también aquellos en los que la tasa de participación laboral de la mujer es también más alta. El diseño de las políticas de ayuda debe ser de hilo fino: conseguir desacoplar la decisión de tener hijos de las carreras profesionales de las mujeres ha sido uno de los grandes logros en Francia y los países escandinavos.

Muchas madres primerizas a lo largo del mundo manifiestan sentir culpa por dejar a sus bebés para volver al trabajo. (Reuters)
Muchas madres primerizas a lo largo del mundo manifiestan sentir culpa por dejar a sus bebés para volver al trabajo. (Reuters)

Desde que en Francia la tasa de nacimientos se situó por debajo de 2.1 por mujer, a finales de los ochenta (considerada la tasa natural de reemplazo de la población), hubo un debate nacional que trascendió a todos los partidos políticos. En España, en cambio, hay un sector de la izquierda incapaz de hablar de «políticas de la familia», y otro de la derecha que se niega a reconocer la relación fundamental entre la natalidad y su impacto en las carreras profesionales de las mujeres.

Si tuviese que resumir para qué sirve (o debería servir) la política en cinco estaciones vitales, serían estas: la educación que recibimos, la emancipación (el acceso a la vivienda y al empleo), la libertad para formar una familia (o para no hacerlo), disfrutar de una jubilación digna, y dejar un planeta habitable para las generaciones futuras. Ojalá solo tuviésemos que hablar de estas cinco cosas. Porque todo lo demás, si me permiten decirlo, es roña política.

Fuente: https://blogs.elconfidencial.com/espana/desde-fuera/2019-12-15/muro-natalidad-querer-tener-hijos-permitirnoslo_2376984/