El capitalismo es el sistema económico que mejor ha funcionado en toda la historia económica. No sólo ha propiciado un período pacífico sin comparación, sino que ha permitido un crecimiento económico y una prosperidad no vistas antes. Solamente hace falta leer el libro Factfulness, de Johan Norberg, para darse cuenta de que la mejora de la calidad (y cantidad) de vida es un hecho contrastable no visto anteriormente.
Ha sido gracias al desarrollo de sociedades libres y al libre mercado que hemos sido capaces de crecer y mejorar las condiciones idóneas para que las personas mejoren su calidad de vida. En los años 70, 80 y 90 el tamaño de los estados, por lo general, no permitía la inmersión política en la vida de las personas o la cesión de sus libertades a cambio de supuestas garantías «sociales». O, dicho de otra manera, nadie tenía la autoridad (ni moral ni ejecutiva) suficiente para decirle a un agricultor si la introducción de maquinaria agrícola era aconsejable o no para conservar su empleo y mejorar sus condiciones de vida.
A raíz de las sociedades más prósperas de toda la historia, llega la socialdemocracia, las conquistas «sociales» de los derechos sin responsabilidades asociadas, y un largo etcétera. Justo lo que gripa la maquinaria que permite que podamos debatir sobre su idoneidad.
La OCDE acaba de publicar un informe desolador. Se titula Bajo presión: la clase media, exprimida. La conclusión es clara: mientras el 70% de la generación del baby boom ya era parte de la clase media en su segunda década de vida, los millenials tan sólo lo son en un 60%. El retroceso es más que evidente.
El gráfico anterior tiene dos lecturas: la clase media está seriamente amenazada y el efecto empobrecimiento va más allá de la crisis económica; los jóvenes pagan el pato de un crecimiento monetario sin límite con cargo a generaciones futuras, lo que Mervyn King llama «alquimia financiera».
Dicho de otro modo, la brecha intergeneracional se agranda. Este es un fenómeno del que ya hemos hablado en esta columna, y la OCDE apunta en la misma dirección. Los jóvenes no sólo soportan unos niveles de renta menores, sino que tienen que afrontar las consecuencias de los desmanes políticos anteriores. Esto es: mayor precio de la vivienda, mayores cargas tributarias (especialmente indirectas) y un largo etcétera. España, desafortunadamente, no sale bien parada en la foto de la OCDE. En 2017, había menos del 50% de la población formando parte de la clase media.
La gráfica anterior es dura, pero no debería extrañarnos. Con una de las mayores tasas de paro de toda Europa (especialmente la juvenil), un nivel de salarios que hasta 2018 no han comenzado a dar síntomas claros de recuperación, una brecha fiscal notablemente más elevada que la de la OCDE y todo un elenco de tributación indirecta proveniente del Gobierno central, autonómico y local, la clase media, sencillamente, se destruye. El caso de la vivienda, probablemente, sea el más preocupante. Si en el 2000 se necesitaban 3,98 años para cubrir el valor de adquisición de la vivienda, el último dato conocido es de 7,43 años. Casi el doble en menos de 20 años.
Si a esto le sumamos un estado hipertrofiado y una clase política que acumula un trofeo por cada ciudadano que pasa a formar parte, de alguna manera, de la nómina del Estado, no es de extrañar la enorme descompensación entre donantes y receptores del sistema que se observa en nuestro país.
Todo ello, como es sabido, durante el período de mayor expansión del sector público de la historia de nuestro país. Y, desde el año 2012, con una expansión exponencial de la deuda pública, al calor de un déficit que llevamos acumulando durante 16 de los últimos 19 años.
Ahora piensen en los programas económicos de PSOE y Podemos, en el «hay margen para aumentar el gasto» y en las políticas sociales que quieren ayudar a los «más desfavorecidos». Cuando tengan la imagen nítida en su cabeza, vuelvan a la gráfica anterior. Es la mejor manera de saber a quién no tienen que votar en las próximas elecciones generales.
Hace escasos días también se publicó el informe Taxing Wages 2019, en el que España no sólo continúa estando marcadamente por encima de la media de la OCDE en términos de brecha fiscal(diferencia entre lo que el trabajador percibe y lo que realmente le cuesta al empresario), sino que la evolución es divergente. Es decir, mientras en la OCDE la brecha fiscal disminuyó en 2018, en España aumentó.
La sostenibilidad del estado de bienestar en nuestro país está amenazada y el próximo 28 de abril tenemos una oportunidad de oro para revertir esta preocupante situación. Los sablazos fiscales que proponen PSOE y Podemos no sólo los pagaremos todos de forma directa, sino que sufriremos la próxima recesión y tendremos que volver a apretarnos el cinturón, como ya hemos hecho anteriormente. La brecha intergeneracional hay que afrontarla con valentía y desde la libertad individual.